1977. Aparece Cabeza borradora, película tenebrosa y atroz. Repulsión del dolor de los otros. Ofuscación y ruinas del ser. Un hombre solo y pobre vive en una urbe industrial lejana donde cuida a su hijo, un monstruo de cabeza gigante que no cesa de llorar. Pugna con ese engendro creciente y la oscuridad de su entorno. Revolotean alucinaciones, desgarraduras, miedos opresores, derrota y rendición ante el dolor de vivir.
David Lynch (Estados Unidos, 1946-2025) quiso ser artista pintor. Adolescente realizó cortometrajes para “animar” sus pinturas, pero su camino de cineasta estaba trazado “antes de que naciera” (Michel Chion). La horrible y repelente criatura de Cabeza borradora conmina al espectador a exterminarla, se trata de un amasijo de carnes arrugadas del cual se desprenden lo que Lynch llamó: “las primeras lágrimas que no acaban nunca”.
Los ángeles de las tinieblas que nos habitan
¿Qué puede hacer un hombre solo y pobre con un revoltijo de carnes tumefactas provisto de una cabeza ciclópea que no hace otra cosa que llorar y que es su hijo? No tiene adónde ir. Nadie que le preste ayuda. Se escurre en su mente la idea de estrangularlo o huir. La criatura no acepta ni siquiera que humedezca sus tumescentes labios, se niega a todo con su descomunal cabeza.
¿Suicidarse con la vieja y bronca navaja que conserva no sabe dónde? El hombre solo y pobre recibe ininterrumpidas descargas de electroshocks que es el llanto inacabable de esa maraña de calamidades que es su hijo y lo alejan de los fantasmas depresivos. Vida y tiempo borrados. El dolor extremo como el electroshock de los pobres. ¿”Somos creados por la imaginación del Padre”, como señala la Biblia?
Lynch dijo que su película era “perfecta” y que la vería “indefinidamente”, como si se tratara de una obra de Edward Hopper (el artista del silencio). Olvido del ser. Desquiciamiento. Extorsión y distorsión de nuestras postreras sustancias. Pugna con los ángeles de las tinieblas que nos habitan. Si alguien influyó de manera rotunda en la obra de Lynch fue este artista pintor, sin negar el peso de algunos maestros del cine.
¿Qué había en el fondo de Lynch, el director de filmes tan descarnados y crueles? ¿Qué suponía su porte de lord inglés, cabellera abundante y revuelta, rostro inescrutable: frente amplia, mirada fría y dedos largos que tamborileaban lo que tocaban? Grave, austero, obsesivo, riguroso y rutinario, jamás cambió de dieta: hogaza de pan, atún y una generosa porción de vegetales; tampoco sustituyó su meditación que, según él, lo ayudó para esquivar las acechanzas de la locura. Tabaquista compulsivo, inició su “amor” por el cigarrillo a sus 8 años.
Lynch acompañaba puntual a su padre, un estudioso de las enfermedades de la madera y los insectos que la infestaban, a estudiar los vastos bosques de Montana. “Despojado de las cadenas, viviría en el bosque y no volvería a ninguna otra parte”, dijo de él. Bosques y maderas atraviesan la perturbadora obra de Lynch. Padres, hermanos y paisajes que fueron el ambiente de su niñez y juventud hilan sus películas, calados por un estilo surrealista críptico e insondable.
La abuela, 1970. Lynch tenía 24 años y la cinta de 35 minutos poseía preciados atributos. Un niño vagamundo, solo y pobre, crea una abuela a partir de una semilla para soportar su vida. No hubo sonido directo en el rodaje, los dolientes y pavorosos aullidos de sus padres son artificiosos. Sin embargo, el eco estremecedor y envolvente y una extraña y compacta proposición de los deseos y el inconsciente del ser humano –con el sello inconfundible que imprimió Lynch a su arte– hacen de esta cinta el preludio de su creación visual.
¿Fue Cabeza borradora catarsis de Lynch, de los miedos padecidos en los años que vivió en Filadelfia, como él proclamó? Entrar a esa ciudad y pernoctar en ella le pareció sufrir un castigo similar a estar condenado a un “océano de miedos”. Ciudad violenta, degradada, sórdida, decadente… para el cineasta. Vivió cerca de un depósito de cadáveres. Afuera se hacinaban los sacos que transportaban a los muertos para que se sequen. Lynch pasaba varias veces por ese sector, habitaba en un caserón de 12 habitaciones destartaladas con su mujer y su primogénita. La leyenda dice que este episodio de su vida inspiró su filmografía; en todo caso, lo marcó para siempre.
A partir de La abuela, Lynch se entregó al arte cinematográfico. Un premio de algunos miles de dólares por su cortometraje lo ayudó para tomar esa decisión. Y vino la época de gloria: El hombre elefante, Terciopelo azul, Carretera perdida, Mulholland Drive, Una historia verdadera… fijaron su nombre en la historia del cine.
El ser humano es un misterio y las películas de David Lynch viven en la penumbra. Siempre estuvo dispuesto a contar cómo sucedieron, pero no por qué.